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Santiago, Chile
LIBERTAS, Acción Liberal es un Centro de Estudios Liberal, no partidista, con sede en la ciudad de Santiago de Chile, fundado en el 2010. Nuestra misión consiste en introducir los principios y puntos de vista liberales en todos los ámbitos de la discusión pública. El objetivo es generar una masa crítica de liberales que revierta el socialismo de derecha e izquierda que se presenta como única alternativa.

sábado, 12 de junio de 2010

EL ASISTENCIALISMO INCREMENTA LA POBREZA


Terminaron 20 años de gobiernos de izquierda cuya principal virtud ha sido la mantención del modelo económico del Régimen Militar, pero inyectándole dosis crecientes de asistencialismo que han terminado paralizando el crecimiento y la musculatura económica del país. Por ejemplo, si usted visita la Vega Central, se encontrará con una serie de empresarios extranjeros que se han posicionado en dicho lugar desplazando al empresario nacional.

¿Dónde están nuestros emprendedores?, ¿dónde están los generadores de riqueza?

Escuchaba a un candidato a emprendedor su desánimo al saber la cantidad de trámites que debía realizar para poner en marcha un proyecto. La cantidad de trabas burocráticas impresiona al lego que pretende hacer algo por sí mismo…La visión socialista es que de esta manera “se controlan los excesos y los abusos”, pero también se atrofia la creatividad y el ingenio…¿Para qué esforzarme si el gobierno me dará lo que necesito?. Así, cuando nos preguntamos por la razón del débil crecimiento no debemos olvidar que el asistencialismo socialista incrementa la pobreza a tasas geométricas.

Después de 20 años, Chile sigue siendo un país pobre, atrasado y con una pésima distribución del ingreso, y la razón principal es la creciente tasa de asistencialismo. ¿Tiene sentido, entonces, seguir escuchando las letanías izquierdistas que  plantean que la pobreza continúa existiendo porque la “asistencia” ha sido demasiado miserable para lograr el objetivo?, ¿tiene sentido escuchar que se debe seguir entregando bonos en el tiempo?

En marzo de 2006, el BID publicó un estudio denominado “Does Foreign Aid Help Reduce Income Inequality? “ de Calderón y Chong  quiénes analizaron empíricamente la relación entre la ayuda extranjera y la desigualdad de ingresos, no encontrando evidencia robusta de una correlación entre ambas variables. Y, lo que sucede a nivel macro se replica a nivel micro: el asistencialismo no ayuda a promover un mayor crecimiento económico o mejoras en las instituciones democráticas.

Álvaro Vargas Llosa plantea que "el elemento decisivo para sacar a una sociedad de la pobreza es el desarrollo de las reservas emprendedoras que existen en los hombres y mujeres…Las instituciones que le entregan más libertad a sus ciudadanos y más seguridad a las posesiones de sus ciudadanos son las que facilitan de mejor manera la acumulación de riqueza".

Así, ahora sabemos lo que no funciona: el asistencialismo es una trampa para no salir de la pobreza. Y tal como dijera Piñera, el éxito de un gobierno no está en cuantos bonos se dan sino en cuantas personas ya no necesitan dichos bonos.

Sin embargo, no extraña que una socialista como Bachelet cree una fundación para eternizar la pobreza (mientras más pobres, más temblarán las avenidas cuando salgan a marchar), lo que extraña es que haya gente que le compre esta limitadas ideas.

EL NEOSOCIALISMO DE CHAVEZ


Los comunistas (¡los comunistas!) plantean que “el neosocialismo chavista es una nueva forma de redistribución de la miseria”. En resumidas cuentas, no están de acuerdo con los fundamentos del “socialismo del siglo 21”, pregonados a los cuatro vientos por este dictador, dado que solo es un simple reemplazo del sistema capitalista de libre empresa por un sistema capitalista estatal…Cualquiera hubiera pensado que el comunismo era cercano al chavismo pero la realidad es que “el socialismo del siglo 21” es percibido como una especie de totalitarismo de derecha…

En suma, el neosocialismo chavista es considerado por los comunistas como “un proyecto netamente burgués”. El argumento es que el ascenso al poder de un personaje populista como Chávez se debería a una burguesía que, en el siglo pasado, gobernaba Venezuela de espaldas a la sociedad, abusando del poder y de sus regalías, en un ambiente de corrupción y deterioro de la convivencia entre las distintas clases sociales manteniendo a las grandes mayorías en la pobreza y la miseria. Este fue el caldo de cultivo para un mesiánico como Chavez, “poseedor” de las soluciones para las mayorías postergadas.

Así, en 1994 se lanza en un carrera política basado en un discurso contrario a la burguesía dueña del poder y sembrando la esperanza en los pobres de que él representaba un “nuevo futuro y una nueva esperanza”. Sin embargo, lo que acontece es que para apoyar a Chávez surge “una nueva burguesía” (los que estaban excluidos del poder) que comienzan a enfrentarse a la antigua burguesía (los que tenían el poder).

Es decir, Chávez derriba una burguesía para terminar imponiendo otra. El juego cambia de signo, pero la miseria se mantiene. Por lo tanto, según los comunistas, Chávez es solo el resultado de la descomposición del capitalismo de libre empresa aplicado por la burguesía venezolana. Y no representa el legítimo triunfo del “proletariado sobre la burguesía” sino el reemplazo de una burguesía por otra burguesía, manteniendo al pueblo sumergido en la pobreza y la miseria.

Dicen los comunistas que en “el capitalismo decadente, la burguesía, sea de derecha o izquierda, no tiene otra opción que recurrir a aplicar variantes al capitalismo de Estado, así lo adorne de bolivarianismo o de otro recurso ideológico. Ni las fuerzas de derecha ni de izquierda del capital pueden introducir reformas al sistema capitalista, y mucho menos hacer una revolución: la época en que la burguesía era una clase revolucionaria quedó cerrada cuando el modo de producción capitalista llegó a todos los confines del planeta; así mismo. Desde entonces hasta nuestros días el capitalismo sobrevive gracias a un ataque despiadado a las condiciones de vida de los trabajadores y pauperizando a millones de seres humanos, labor que realiza con el apoyo de sus partidos de derecha e izquierda, y los sindicatos”.

Esta es la “verdad” comunista respecto del chavismo y su socialismo del siglo 21, pero para los liberales solo es una muestra de la descomposición de una ideología propia de museos, fosilizada por la historia y la experiencia humana.

El socialismo y su extremo comunista son ejemplos de creaciones de una razón arrogante. Tal como planteaba Hayek en La Fatal Arrogancia, algunos intelectuales (y los mesiánicos que siguen sus ideas) continúan en la búsqueda de sociedades perfectas gobernadas por la razón. La sociedad socialista, en todas sus variantes, es una creación arrogante de la mente humana. Construir utopías está en los genes de los socialistas totalitarios dado que creen que mediante la razón podrán crear sociedades humanas prósperas, ordenadas, igualitarias y libres. Y lo único que crean es miseria y pobreza.

Solo el ideal de la libertad puede inspirar en las modernas sociedades y lograr maximizar sus logros. Nuestra civilización está edificada sobre el principio de la libertad que permite generar beneficios impensados por otros medios, por eso debemos estar alertas contra aquellos mesías “poseedores de verdades únicas y exclusivas” para generar riqueza.

El comunismo y el socialismo siempre traen consigo más y más pobreza y miseria. Basta con mirar la Venezuela chavista y la Cuba castrista para percibir que son una muestra de la decadencia de ideas pretenciosas y perniciosas.


David Hume: Cita

"Una regla que, al concebirla, puede parecer de lo más benéfica para la sociedad, puede luego resultar absolutamente perniciosa y destructiva al ponerla en práctica".


 

David Hume

ELOGIO FUNEBRE DE PERICLES


El tiempo nos corre de prisa a aquellos que nos llamamos contemporáneos. Todo, hoy, es vertiginoso y a la carrera, sin detenerse a escuchar con que lentitud crecen los bosques y gime la naturaleza en sus arrullos eternos. En cambio, nos llama la atención como cae un árbol.

¡ No escuchamos como crece el bosque pero si cuando cae un árbol!

Lo dijo Lennon: "la vida es lo que nos ocurre mientras estamos ocupados en otros planes". Creemos que tenemos la vida bajo nuestro control cuando en realidad la vida nos controla hasta el mínimo detalle…pero, deseamos vivir en la ilusión para no volvernos locos. Sin embargo, el tiempo pasa veloz y debemos mantener el ritmo para no quedarnos atrás y ser superados por la modernidad que nos devora como en el mito de Prometeo.

Este es un posteo de un sitio destinado a dar vida política al Partido Liberal chileno. Recientemente, falleció un amigo extrañable, don José Ducci Claro, don Pepe, última autoridad legítima del último Partido Liberal que tuvo vida política en Chile y que se llevó para siempre sus maravillosos recuerdos. Por él, crearemos el Partido Liberal partiendo de cero.

Y para este primer artículo, nada mejor que el Elogio Fúnebre de Pericles de la Guerra del Peloponeso. Esta conflagración enfrentó a Atenas y sus aliados contra Esparta y los suyos a lo largo de veintisiete años, desde 431 antes de Cristo hasta 404. Se le llama "Guerra del Peloponeso" porque la principal fuente que conservamos al respecto es la obra homónima del gran Tucídides (460 AC- 397 AC), un maravilloso lienzo histórico que sólo llega hasta 411, siendo Jenofonte en sus Helénicas quien se encargue de referirnos lo sucedido hasta el final de la contienda (y mucho más allá, pues lo narrado en la obra jenofontea se prolonga hasta 362 a. C.). Los espartanos, por su parte, la llamaron «Guerra de Atenas».

¿Cuáles fueron las causas? En primer lugar, el recelo de Esparta ante la creciente supremacía de Atenas. En segundo lugar, los celos, sobre todo de Corinto, ante la expansión de Atenas en el Mediterráneo occidental. En tercer lugar, el descontento general ante la tiranía de Atenas en la Confederación de Delos. Como puede verse, la política hegemónica desarrollada por los atenienses a lo largo de todo el siglo V a. C. está en la base de una guerra especialmente cruenta, que dejó a un lado el código caballeresco imperante en los brotes bélicos que habían ido surgiendo hasta entonces entre las diferentes ciudades helénicas, para convertirse en una guerra abierta, absoluta, total, en la que no se respetaba ley ni fuero y en la que germinó poco a poco, más allá de la pugna entre ciudadanos de una y otra polis, la semilla entre un conflicto ideológico sin cuartel entre dos formas de gobernar y de entender el mundo: la oligarquía espartana y la democracia ateniense.

El primer año de guerra terminó en baños de sangre inútiles. Así, Pericles celebró las solemnes exequias de los caídos en combate y pronunció su famoso discurso:

I

La mayor parte de quienes en el pasado han hecho uso de la palabra en esta tribuna, han tenido por costumbre elogiar a aquel que introdujo este discurso en el rito tradicional, pues pensaban que su proferimiento con ocasión del entierro de los caídos en combate era algo hermoso. A mí, en cambio, me habría parecido suficiente que quienes con obras probaron su valor, también con obras recibieran su homenaje –como este que veis dispuesto para ellos en sus exequias por el Estado–, y no aventurar en un solo individuo, que tanto puede ser un buen orador como no serlo, la fe en los méritos de muchos.

Es difícil, en efecto, hablar adecuadamente sobre un asunto respecto del cual no es segura la apreciación de la verdad, ya que quien escucha, si está bien informado acerca del homenajeado y favorablemente dispuesto hacia él, es muy posible que encuentre que lo que se dice está por debajo de lo que él desea y de lo que él conoce; y si, por el contrario, está mal informado, lo más probable es que, por envidia, cuando oiga hablar de algo que esté por encima de sus propias posibilidades, piense que se está cayendo en una exageración. Porque los elogios que se formulan a los demás se toleran sólo en tanto quien los oye se considera a sí mismo capaz también, en alguna medida, de realizar los actos elogiados; cuando, en cambio, los que escuchan comienzan a sentir envidia de las excelencias de que está siendo alabado, al punto prende en ellos también la incredulidad. Pero, puesto que a los antiguos les pareció que sí estaba bien, debo ahora yo, siguiendo la costumbre establecida, intentar ganarme la voluntad y la aprobación de cada uno de vosotros tanto como me sea posible.

II

Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados, pues es justo y, al mismo tiempo, apropiado a una ocasión como la presente, que se les rinda este homenaje de recordación. Habitando siempre ellos mismos esta tierra a través de sucesivas generaciones, es mérito suyo el habérnosla legado libre hasta nuestros días. Y si ellos son dignos de alabanza, más aún lo son nuestros padres, quienes, además de lo que recibieron como herencia, ganaron para sí, no sin fatigas, todo el imperio que tenemos, y nos lo entregaron a los hombres de hoy.

En cuanto a lo que a ese imperio le faltaba, hemos sido nosotros mismos, los que estamos aquí presentes, en particular los que nos encontramos aún en la plenitud de la edad (1), quienes lo hemos incrementado, al paso que también le hemos dado completa autarquía a la ciudad, tanto para la guerra como para la paz. Pasaré por alto las hazañas bélicas de nuestros antepasados, gracias a las cuales las diversas partes de nuestro imperio fueron conquistadas, como asimismo las ocasiones en que nosotros mismos o nuestros padres repelimos ardorosamente las incursiones hostiles de extranjeros o de griegos, ya que no quiero extenderme tediosamente entre conocedores de tales asuntos. Antes, empero, de abocarme al elogio de estos muertos, quiero señalar en virtud en qué normas hemos llegado a la situación actual, y con qué sistema político y gracias a qué costumbres hemos alcanzado nuestra grandeza. No considero inadecuado referirme a asuntos tales en una ocasión como la actual, y creo que será provechoso que toda esta multitud de ciudadanos y extranjeros lo pueda escuchar.

III

Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos (2); más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos (3). En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia (4); respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.

Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque innocua, es ingrata de presenciar. Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir.

IV

Por otra parte, como descanso de nuestros trabajos, le hemos procurado a nuestro espíritu una serie de recreaciones. No sólo tenemos, en efecto, certámenes públicos y celebraciones religiosas repartidos a lo largo de todo el año, sino que también gozamos individualmente de un digno y satisfactorio bienestar material, cuyo continuo disfrute ahuyenta a la melancolía.

Y gracias al elevado número de sus habitantes, nuestra ciudad importa desde todo el mundo toda clase de bienes, de manera que los que ella produce para nuestro provecho no son, en rigor, más nuestros que los foráneos (5).

V

A nuestros enemigos les llevamos ventaja también en cuanto al adiestramiento en las artes de la guerra, ya que mantenemos siempre abiertas las puertas de nuestra ciudad y jamás recurrimos a la expulsión de los extranjeros para impedir que se conozca o se presencie algo que, por no hallarse oculto, bien podría a un enemigo resultarle de provecho observarlo (6).

Y es que, más que en los armamentos y estratagemas, confiamos en la fortaleza de alma con que naturalmente acometemos nuestras empresas. Y en cuanto a la educación, mientras ellos procuran adquirir coraje realizando desde muy jóvenes una ardua ejercitación, nosotros, aunque vivimos más regaladamente, podemos afrontar peligros no menores que ellos (7).

Prueba de esto es que los espartanos no realizan sin la compañía de otros sus expediciones militares contra nuestro territorio, sino junto a todos sus aliados; nosotros, en cambio, aun invadiendo solos tierra enemiga y combatiendo en suelo extraño contra quienes defienden lo suyo, la mayor parte de las veces nos llevamos la victoria sin dificultad. Además, ninguno de nuestros enemigos se ha topado jamás en el campo de batalla con todas nuestras fuerzas reunidas, pues simultáneamente debemos atender la manutención de nuestra flota y, en tierra, el envío de nuestra gente a diversos lugares. Sin embargo, cada vez que en algún lugar ellos se trenzan en lucha con una facción de los nuestros y resultan vencedores, se ufanan de habernos rechazado a todos, aunque sólo han vencido a algunos, y si salen derrotados, alegan que lo fueron ante todos nosotros juntos. Pero lo cierto es que, ya que preferimos afrontar los peligros de la guerra con serenidad antes que habiéndonos preparado con arduos ejercicios, ayudados más por la valentía de los caracteres que por la prescrita en ordenanzas, les llevamos la ventaja de que no nos angustiamos de antemano por las penurias futuras, y, cuando nos toca enfrentarlas, no demostramos menos valor que ellos viven en permanente fatiga.


Pero no sólo por éstas, sino también por otras cualidades nuestra ciudad merece ser admirada.

VI

En efecto, amamos el arte y la belleza sin desmedirnos, y cultivamos el saber sin ablandarnos. La riqueza representa para nosotros la oportunidad de realizar algo, y no un motivo para hablar con soberbia; y en cuanto a la pobreza, para nadie constituye una vergüenza el reconocerla, sino el no esforzarse por evitarla. Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad.

Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer. Y esto porque también nos diferenciamos de los demás en que podemos ser muy osados y, al mismo tiempo, examinar cuidadosamente las acciones que estamos por emprender; en este aspecto, en cambio, para los otros la audacia es producto de su ignorancia, y la reflexión los vuelve temerosos. Con justicia pueden ser reputados como los de mayor fortaleza espiritual aquellos que, conociendo tanto los padecimientos como los placeres, no por ello retroceden ante los peligros.

También por nuestra liberalidad somos muy distintos de la mayoría de los hombres, ya que no es recibiendo beneficios, sino prestándolos, que nos granjeamos amigos. El que hace un beneficio establece lazos de amistad más sólidos, puesto que con sus servicios al beneficiado alimenta la deuda de gratitud de éste. El que debe favores, en cambio, es más desafecto, pues sabe que al retribuir la generosidad de que ha sido objeto, no se hará merecedor de la gratitud, sino que tan sólo estará pagando una deuda. Somos los únicos que, movidos, no por un cálculo de conveniencia, sino por nuestra fe en la liberalidad, no vacilamos en prestar nuestra ayuda a cualquiera (8).

VII

Para abreviar, diré que nuestra ciudad, tomada en su conjunto, es norma para toda Grecia, y que, individualmente, un mismo hombre de los nuestros se basta para enfrentar las más diversas situaciones, y lo hace con gracia y con la mayor destreza. Y que estas palabras no son un ocasional alarde retórico, sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío mismo que nuestra ciudad ha alcanzado gracias a estas cualidades. Ella, en efecto, es la única de las actuales que, puesta a prueba, supera su propia reputación; es la única cuya victoria, el agresor vencido, dada la superioridad de los causantes de su desgracia, acepta con resignación; es la única, en fin, que no les da motivo a sus súbditos para alegar que están inmerecidamente bajo su yugo.

Nuestro poderío, pues, es manifiesto para todos, y está ciertamente más que probado. No sólo somos motivo de admiración para nuestros contemporáneos, sino que lo seremos también para los que han de venir después.

No necesitamos ni a un Homero que haga nuestro panegírico, ni a ningún otro que venga a darnos momentáneamente en el gusto con sus versos, y cuyas ficciones resulten luego desbaratadas por la verdad de los hechos. Por todos los mares y por todas las tierras se ha abierto camino nuestro coraje, dejando aquí y allá, para bien o para mal, imperecederos recuerdos.

Combatiendo por tal ciudad y resistiéndose a perderla es que estos hombres entregamos notablemente sus vidas; justo es, por tanto, que cada uno de quienes les hemos sobrevivido anhele también bregar por ella.

VIII

La razón por la que me he referido con tanto detalle a asuntos concernientes a la ciudad, no ha sido otra que para haceros ver que no estamos luchando por algo equivalente a aquello por lo que luchan quienes en modo alguno gozan de bienes semejantes a los nuestros y, asimismo, para darle un claro fundamento al elogio de los muertos en cuyo honor hablo en esta ocasión.

La mayor parte de este elogio ya está hecha, pues las excelencias por las que he celebrado a nuestra ciudad no son sino fruto del valor de estos hombres y de otros que se les asemejan en virtud. No de muchos griegos podría afirmarse, como sí en el caso de éstos, que su fama está en conformidad con sus obras. Su muerte, en mi opinión, ya fuera ella el primer testimonio de su valentía, ya su confirmación postrera, demuestra un coraje genuinamente varonil. Aun aquellos que puedan haber obrado mal en su vida pasada, es justo que sean recordados ante todo por el valor que mostraron combatiendo por su patria, pues al anular lo malo con lo bueno resultaron más beneficiosos por su servicio público que perjudiciales por su conducta privada.

A ninguno de estos hombres lo ablandó el deseo de seguir gozando de su riqueza; a ninguno lo hizo aplazar el peligro la posibilidad de huir de su pobreza y enriquecerse algún día. Tuvieron por más deseable vengarse de sus enemigos, al tiempo que les pareció que ese era el más hermoso de los riesgos. Optaron por correrlo, y, sin renunciar a sus deseos y expectativas más personales, las condicionaron, sí, al éxito de su venganza. Encomendaron a la esperanza lo incierto de su victoria final, y, en cuanto al desafío inmediato que tenían por delante, se confiaron a sus propias fuerzas.

En ese trance, también más resueltos a resistir y padecer que a salvarse huyendo, evitaron la deshonra e hicieron frente a la situación con sus personas.

Al morir, en ese brevísimo instante arbitrado por la fortuna, se hallaban más en la cumbre de la determinación que del temor.

IX

Estos hombres, al actuar como actuaron, estuvieron a la altura de su ciudad. Deber de quienes les han sobrevivido, pues, es hacer preces por una mejor suerte en los designios bélicos, y llevarlos a cabo con no menor resolución. No sólo oyendo las palabras que alguien pueda deciros debéis reflexionar sobre el servicio que prestáis –servicio que cualquiera podría detenerse a considerarse ante vosotros, que muy bien lo conocéis por propia experiencia, señalándoos cuántos bienes están comprometidos en el acto de defenderse de los enemigos–; antes bien, debéis pensar en él contemplando en los hechos, cada día, el poderío de nuestra ciudad, y prendándoos de ella. Entonces, cuando la ciudad se os manifieste en todo su esplendor, parad mientes en que éste es el logro de hombres bizarros, conscientes de su deber y pundonorosos en su obrar; de hombres que, si alguna vez fracasaron al intentar algo, jamás pensaron en privar a la ciudad del coraje que los animaba, sino que se lo ofrendaron como el más hermoso de sus tributos. Al entregar cada uno de ellos la vida por su comunidad, se hicieron merecedores de un elogio imperecedero y de la sepultura más ilustre.

Esta, más que el lugar en que yacen sus cuerpos, es donde su fama reposa, para ser una y otra vez recordada, de palabra y de obra, en cada ocasión que se presente.

La tumba de los grandes hombres es la tierra entera: de ellos nos habla no sólo una inscripción sobre sus lápidas sepulcrales; también en suelo extranjero pervive su recuerdo, grabado no en un monumento, sino, sin palabras, en el espíritu de cada hombre.

Imitad a éstos ahora vosotros, cifrando la felicidad en la libertad, y la libertad en la valentía, sin inquietaros por los peligros de la guerra. Quienes con más razón pueden ofrendar su vida no son aquellos infortunados que ya nada bueno esperan, sino, por el contrario, quienes corren el riesgo de sufrir un revés de fortuna en lo que les queda por vivir, y para los que, en caso de experimentar una derrota, el cambio sería particularmente grande.

Para un hombre que se precia a sí mismo, en efecto, padecer cobardemente la dominación es más penoso que, casi sin darse cuenta, morir animosamente y compartiendo una esperanza.

X

Por tal razón es que a vosotros, padres de estos muertos, que estáis aquí presentes, más que compadeceros, intentaré consolaros. Puesto que habéis ya pasado por las variadas vicisitudes de la vida, debéis de saber que la buena fortuna consiste en estar destinado al más alto grado de nobleza –ya sea en la muerte, como éstos; ya en el dolor, como vosotros–, y en que el fin de la felicidad que nos ha sido asignada coincida con el fin de nuestra vida. Sé que es difícil que aceptéis esto tratándose de vuestros hijos, de quienes muchas veces os acordaréis al ver a otros gozando de la felicidad de que vosotros mismos una vez gozasteis. El hombre no experimenta tristeza cuando se lo priva de bienes que aún no ha probado, sino cuando se le arrebata uno al que ya se había acostumbrado. Pero es preciso que sepáis sobrellevar vuestra situación, incluso con la esperanza de tener otros hijos, si es que estáis aún en edad de procrearlos. En lo personal, los hijos que nazcan representarán para algunos la posibilidad de apartar el recuerdo de los que perdieron; para la ciudad, entretanto, su nacimiento será doblemente provechoso, pues no sólo impedirá que ella se despueble, sino que la hará más segura, ya que nadie puede participar en igualdad de condiciones y equitativamente en las deliberaciones políticas de la comunidad, a menos que, tal como los demás, también él exponga su prole a las consecuencias de sus resoluciones.

Y aquellos de vosotros que habéis llegado ya a la ancianidad, tened por ganancia el haber vivido felizmente la mayor parte de vuestra vida, considerad que la que os queda ha de ser breve, y consolaos con la fama alcanzada por éstos vuestros hijos. Lo único que no envejece, en efecto, es el amor a la gloria; y cuando la edad ya declina, no es atesorar bienes lo que más deleita, como algunos dicen, sino recibir honores.

XI

Y en cuanto a vosotros, hijos o hermanos, aquí presentes, de estas víctimas de la guerra, veo grande el desafío que tenéis por delante, porque solamente aquel que ya no existe suele concertar el elogio de todos; a duras penas podréis conseguir, por sobresalientes que sean vuestros méritos, ser considerados no ya sus iguales, sino incluso sus cercanos émulos. La envidia de los rivales la sufren quienes están vivos; el que, en cambio, ya no representa un obstáculo para nadie, es honrado con generosa benignidad.

Y si, para aquellas esposas que ahora quedan viudas, debo también decir algo acerca de las virtudes propias de la mujer, lo resumiré todo en un breve consejo: grande será vuestra gloria si no desmerecéis vuestra condición natural de mujeres y si conseguís que vuestro nombre ande lo menos posible en boca de los hombres, ni para bien ni para mal.

XII

En conformidad con nuestras leyes y costumbres, pues, queda dicho en mi discurso lo que me parecía pertinente. Ahora, en cuanto a los hechos, los hombres a quienes estamos sepultando han recibido ya nuestro homenaje.

De la educación de sus hijos, desde este momento hasta su juventud, se hará cargo la ciudad. Tal es la provechosa corona que ella impone a estas víctimas, y a los que ellas dejan, como premio de tan valerosas hazañas. Cuando los más preciados galardones que una ciudad otorga son los que recompensan la valentía, entonces también posee ella los ciudadanos más valientes.

Y ahora, después de haber llorado cada uno a sus deudos, podéis marcharos.

Notas:

1 Por entonces, Pericles tenía aproximadamente 64 años.

2 Alusión a Esparta, cuya constitución –se decía– era imitación de la de Creta. El tema de la oposición entre el espíritu espartano y el ateniense reaparecerá, implícita o explícitamente, en muchos pasajes de este retrato ideal de Atenas que aquí comienza y que ocupa los cinco capítulos centrales del discurso, desde el III al VII.

3 Probablemente alude a Roma, que algunos años antes había enviado emisarios a Atenas con el propósito de aprender de su desenvolvimiento cívico.

4 Desde antiguo, al parecer, llamó la atención esta definición de democracia, y ya un par de manuscritos medievales corrigieron el texto griego tradicionalmente transmitido, cambiando oikeîn por hékein, de modo de hacerlo decir: "...puesto que la administración está en manos de (en vez de: se ejerce en favor de ) la mayoría y no de unos pocos...". La corrección satisface también, ciertamente, las expectativas del lector de hoy, y muchos traductores modernos la han acogido. Me parece claro, sin embargo, que no se trata sino de una fácil y hasta anacrónica acomodación del original, desautorizada por la lectura de los principales manuscritos. Al caracterizar el régimen democrático como aquel en que se gobierna en el interés de la mayoría y no de unos pocos, Pericles (o Tucídides) no hace sino –con cierta ingenuidad, es cierto– afirmar que los gobiernos favorecen básicamente a quienes lo ejercen. Y en esto, la propia historia de Atenas lo respaldaba. No debemos olvidar, además, que estamos ante un texto constituyente, instaurador, donde la reflexión política está recién dando sus primeros pasos. ¡Si hasta la palabra misma democracia no tenía entonces medio siglo de vida todavía!

5 En Esparta, por el contrario, la posesión de riquezas estaba oficialmente prohibida.

6 Alusión a Esparta, que no tenía metecos, esto es, colonos o extranjeros naturalizados. En Esparta, tradicionalmente xenófoba, los extranjeros permanecían como tales, y podían ser desterrados al arbitrio de los éforos.

7 La disciplina espartana en la educación de los jóvenes era proverbial. nos rechazado a todos, aunque sólo han vencido a algunos; y si salen derrotados, alegan que lo fueron ante todos nosotros juntos. Pero lo cierto es que, ya que preferimos afrontar los peligros de la guerra con serenidad antes que habiéndonos preparado con arduos ejercicios, ayudados más por la valentía de los caracteres que por la prescrita en ordenanzas, les llevamos la ventaja de que no nos angustiamos de antemano por las penurias futuras, y, cuando nos toca enfrentarlas, no demostramos menos valor que ellos viven en permanente fatiga.

Pero no sólo por éstas, sino también por otras cualidades nuestra ciudad merece ser admirada.

8 Un bello capítulo sobre esta materia nos ofrece Aristóteles en su Ética a Nicómaco, IX, 7.

martes, 8 de junio de 2010

El Credo Liberal. Carlos Montaner


El liberalismo parte de una hipótesis filosófica, casi religiosa, que postula la existencia de derechos naturales que no se pueden conculcar porque no se deben al Estado ni a la magnanimidad de los gobiernos, sino a la condición especial de los seres humanos. Esa es la piedra angular sobre la que descansa todo el edificio teórico, y se les atribuye a los estoicos y al fundador de esa escuela, Zenón de Citia, quien defendió que los derechos no provenían de la fratría a la que se pertenecía o de la ciudad en la que se había nacido, sino del carácter racional y diferente de las demás criaturas que poseen las personas.

Antes de definir qué es el liberalismo, qué es ser liberal y cuáles son los fundamentos básicos en los que coinciden los liberales, es conveniente advertir que no estamos ante un dogma sagrado, sino frente a varias creencias básicas deducidas de la experiencia y no de hipótesis abstractas, como ocurría, por ejemplo, con el marxismo.

Esto es importante establecerlo ab initio, porque se debe rechazar la errada suposición de que el liberalismo es una ideología. Una ideología es siempre una concepción del acontecer humano −de su historia, de su forma de realizar las transacciones, de la manera en que deberían hacerse−, concepción que parte del rígido criterio de que el ideólogo conoce de dónde viene la humanidad, por qué se desplaza en esa dirección y hacia dónde debe ir. De ahí que toda ideología, por definición, sea un tratado de «ingeniería social», y cada ideólogo sea, a su vez, un «ingeniero social». Alguien consagrado a la siempre peligrosa tarea de crear «hombres nuevos», personas no contaminadas por las huellas del antiguo régimen. Alguien dedicado a guiar a la tribu hacia una tierra prometida cuya ubicación le ha sido revelada por los escritos sagrados de ciertos «pensadores de lámpara », como llamara José Martí a esos filósofos de laboratorio en permanente desencuentro con la vida.

Sólo que esa actitud, a la que no sería descaminado calificar como moisenismo, lamentablemente suele dar lugar a grandes catástrofes, y en ella está, como señalara Popper, el origen del totalitarismo. Cuando alguien disiente, o cuando alguien trata de escapar del luminoso y fantástico proyecto diseñado por el «ingeniero social», es el momento de apelar a los paredones, a los calabozos y al ocultamiento sistemático de la verdad.

Lo importante es que a los libros sagrados, como sucedía dentro del método escolástico, nunca los desmientan. Un liberal, en cambio, lejos de partir de libros sagrados para reformar a la especie humana y conducirla al paraíso terrenal, se limita a extraer consecuencias de lo que observa en la sociedad, y luego propone instituciones que probablemente contribuyan a alentar la ocurrencia de ciertos comportamientos benéficos para la mayoría. Un liberal ha de someter su conducta a la tolerancia de los demás criterios y debe estar siempre dispuesto a convivir con lo que no le gusta.

Un liberal no sabe hacia dónde marcha la humanidad y no se propone, por tanto, guiarla a sitio alguno. Ese destino tendrá que forjarlo libremente cada generación, de acuerdo con lo que en cada momento le parezca conveniente hacer.

Al margen de las advertencias y actitudes consignadas con anterioridad, una definición de los rasgos que perfilan la cosmovisión liberal debe comenzar por una referencia al constitucionalismo. En efecto, John Locke, a quien pudiéramos calificar como «padre del liberalismo político», tras contemplar los desastres de Inglaterra a fines del siglo XVII, cuando la autoridad real británica absoluta entró en su crisis definitiva, dedujo que, para evitar las guerras civiles, la dictadura de los tiranos, o los excesos de la soberanía popular, era conveniente fragmentar la autoridad en diversos «poderes», además de depositar la legitimidad de gobernantes y gobernados en un texto constitucional que salvaguardara los derechos inalienables de las personas, dando lugar a lo que luego se llamaría un Estado de derecho. Es decir, una sociedad racionalmente organizada, que dirime pacíficamente sus conflictos mediante leyes imparciales que en ningún caso pueden conculcar los derechos fundamentales de los individuos. Y no andaba descaminado el padre Locke: la experiencia ha demostrado que las 25 sociedades más prósperas y felices del planeta son, precisamente, aquellas que han conseguido congregarse en torno a constituciones que presiden todos los actos de la comunidad y garantizan la transmisión organizada y legítima de la autoridad mediante consultas democráticas.

Otro liberal inglés, Adam Smith, siguió el mismo camino deductivo un siglo más tarde para inferir su predilección por el mercado. ¿Cómo era posible, sin que nadie lo coordinara, que las panaderías de Londres –en ese entonces el 80% del gasto familiar se dedicaba a comprar pan− supiesen cuánto pan producir, de manera que sólo se horneara la harina de trigo requerida para no perder ventas o para no llenar los anaqueles de inservible pan viejo? ¿Cómo se establecían precios más o menos uniformes, sin la mediación de la autoridad? ¿Por qué los panaderos, en defensa de sus intereses egoístas, no subían el precio del pan ilimitadamente y se aprovechaban de la perentoria necesidad de alimentarse que tenía la clientela?. Todo eso lo explicaba el mercado.

El mercado era un sistema autónomo de producir bienes y servicios, no controlado por nadie, que generaba un orden económico espontáneo, impulsado por la búsqueda del beneficio personal, pero autorregulado por un cierto equilibrio natural provocado por las relaciones de conveniencia surgidas de las transacciones entre la oferta y la demanda. Los precios, a su vez, constituían un modo de información. Los precios no eran «justos» o «injustos», simplemente eran el lenguaje con que funcionaba ese delicado sistema, múltiple y mutante, con arreglo a los imponderables deseos, necesidades e informaciones que mutua e incesantemente se transmitían los consumidores y productores. Ahí radicaban el secreto y la fuerza de la economía capitalista: en el mercado. Y mientras menos interfirieran en él los poderes públicos, mejor funcionaría, puesto que cada interferencia, cada manipulación de los precios, creaba una distorsión que, por pequeña que fuera, afectaba a todos los aspectos de la economía.

Otro de los principios básicos que aúnan a los liberales es el respeto por la propiedad privada. Actitud que no se deriva de una concepción dogmática contraria a la solidaridad −como suelen afirmar los adversarios del liberalismo−, sino de otra observación extraída de la realidad y de disquisiciones asentadas en la ética: al margen de la manifiesta superioridad para producir bienes y servicios que se aprecia en el capitalismo cuando se lo contrasta con el socialismo, donde no hay propiedad privada no existen las libertades individuales, pues todos estamos en manos de un Estado que nos dispensa y administra arbitrariamente los medios para que subsistamos (o perezcamos). El derecho a la propiedad privada, por otra parte, como no se cansó de escribir Murray N. Rothbard −siguiendo de cerca el pensamiento de Locke−, se apoyaba en un fundamento moral incontestable: si todo hombre, por el hecho de serlo, nacía libre, y si era libre y dueño de su persona para hacer con su vida lo que deseara, la riqueza que creara con su trabajo le pertenecía a él y a ningún otro.

¿En qué más creen los liberales? Obviamente, en el valor básico que le da nombre y sentido al grupo: la libertad individual. Libertad que se puede definir como un modo de relación con los demás en el que la persona puede tomar la mayor parte de las decisiones que afectan su vida dentro de las limitaciones que dicta la realidad. Le toca decidir las creencias que asume o rechaza, el lugar en el que quiere vivir, el trabajo o la profesión que desea ejercer, el círculo de sus amistades y afectos, los bienes que adquiere o que enajena, el «estilo» que desea darle a su vida y –por supuesto− la participación directa o indirecta en el manejo de eso a lo que se llama «la cosa pública».

Esa libertad individual está −claro− indisolublemente ligada a la responsabilidad individual. Un buen liberal sabe exigir sus derechos, pero no rehúye sus deberes, pues admite que se trata de las dos caras de la misma moneda. Los asume plenamente, pues entiende que sólo pueden ser libres las sociedades que saben ser responsables, convicción que debe ir mucho más allá de una hermosa petición de principios.

¿Qué otros elementos liberales, en verdad fundamentales, habría que añadir a este breve inventario? Pocas cosas, pero acaso muy relevantes: un buen liberal tendrá perfectamente clara cuál debe ser su relación con el poder. Es él, como ciudadano, quien manda, y es el gobierno el que obedece. Es él quien vigila, y es el gobierno el que resulta vigilado. Los funcionarios, elegidos o designados −da exactamente igual−, se pagan con el dinero del erario, lo que automáticamente los convierte –o los debiera convertir– en servidores públicos sujetos al implacable escrutinio de los medios de comunicación, y a la auditoría constante de las instituciones pertinentes.

Por último: la experiencia demuestra que es mejor fragmentar la autoridad, para que quienes tomen decisiones que afecten a la comunidad estén más cerca de los que se vean afectados por esas acciones. Dicha proximidad suele traducirse en mejores formas de gobierno. De ahí la predilección liberal por el parlamentarismo, el federalismo o la representación proporcional, y de ahí el peso decisivo que el liberal defiende para las ciudades o municipios. De lo que se trata es de que los poderes públicos no sean más que los necesarios, y que la rendición de cuentas sea mucho más sencilla y transparente.

¿Qué creen, en suma, los liberales?. Vale la pena concretarlo ahora de manera sintética. Los liberales sostenemos ocho creencias fundamentales extraídas, insisto, de la experiencia, y todas ellas pueden recitarse casi con la cadencia de una oración laica:

• Creemos en la libertad y la responsabilidad individuales como valores supremos de la comunidad.

• Creemos en la importancia de la tolerancia y en la aceptación de las diferencias y la pluralidad como virtudes esenciales para preservar la convivencia pacífica.

• Creemos en la existencia de la propiedad privada, y en una legislación que la ampare, para que ambas –libertad y responsabilidad− se puedan ejercer realmente.

• Creemos en la convivencia dentro de un Estado de derecho regido por una Constitución que salvaguarde los derechos inalienables de la persona, y en la que las leyes sean neutrales y universales para fomentar la meritocracia y que nadie tenga privilegios.

• Creemos en que el mercado −un mercado abierto a la competencia y sin controles de precios− es la forma más eficaz de realizar las transacciones económicas y de asignar recursos. Al menos, mucho más eficaz y moralmente justa que la arbitraria designación de ganadores y perdedores que se da en las sociedades colectivistas, diseñadas por “ingenieros sociales” y dirigidas por comisarios.

• Creemos en la supremacía de una sociedad civil formada por ciudadanos, no por súbditos, que voluntaria y libremente segrega cierto tipo de Estado para su disfrute y beneficio, y no al revés.

• Creemos en la democracia representativa como método para la toma de decisiones colectivas, con garantías de que los derechos de las minorías no sean atropellados.

• Creemos en que el gobierno –mientras menos, mejor−, siempre compuesto por servidores públicos, totalmente obediente a las leyes, debe rendir cuentas con arreglo a la ley y estar sujeto a la inspección constante de los ciudadanos.

Quien suscriba estos ocho criterios es un liberal. Se puede ser un convencido militante de la escuela austríaca fundada por Carl Menger; se puede ser ilusionadamente monetarista, como Milton Friedman, o institucionalista, como Ronald Coase y Douglass North; se puede ser culturalista, como Gary Becker y Larry Harrison; se puede creer en la conveniencia de suprimir los «bancos de emisión», como Hayek, o predicar la vuelta al patrón oro, como prescribía Mises; se puede pensar, como los peruanos Enrique Ghersi o Álvaro Vargas Llosa, neorrusonianos sin advertirlo, en que cualquier forma de instrucción pública pudiera llegar a ser contraria a los intereses de los individuos; o se puede poner el acento en la labor fiscalizadora de la «acción pública», como han hecho James Buchanan y sus discípulos, pero esas escuelas y criterios sólo constituyen los matices y las opiniones de un debate permanente que existe en el seno del liberalismo, no la sustancia de un pensamiento liberal muy rico, complejo y variado, con varios siglos de existencia enriquecida de forma constante, ideario que se fundamenta en la ética, la filosofía, el derecho y −naturalmente− en la economía.

Lo básico, lo que define y unifica a los liberales, más allá de las enjundiosas polémicas que pueden contemplarse o escucharse en diversas escuelas, seminarios o ilustres cenáculos del prestigio de la Sociedad Mont Pélerin, son esas ocho creencias antes consignadas. Ahí está la clave.

Nota: Carlos Montaner. Éste artículo fue escrito originalmente como la conferencia introductoria del seminario Universidad El Cato – UFM, llevado a cabo en Antigua, Guatemala, del 25 al 31 de enero de 2009.

domingo, 6 de junio de 2010

EDUCACIÓN QUE PRODUCE BURROS…¿POR QUÉ NO EXPORTAR BURROS?


Es cierto: la educación en nuestro país es un verdadero desastre de carácter nacional y más permanente que los terremotos que recurrentemente destruyen los acervos acumulados de activos.

Así, con cada generación que egresa de la enseñanza media, está egresando una generación de burros que termina siendo el dolor de cabeza de las empresas que deben lidiar con ellos o terminar siendo el dolor de cabeza de algunas instituciones de educación superior que deben ajustar sus currículos a esta materia prima que carece de todo lo necesario para marcar la diferencia: talentos, conocimientos, experiencias, aptitudes, actitudes, hábitos de trabajo y disciplina.

Pero, buscando el lado humorístico de este terremoto podríamos preguntarnos: ¿qué culpa tienen los burros de ser burros?. Debemos indicar que los verdaderos burros están en peligro de extinción, mientras que los nuestros egresan cada año a tasas crecientes. Son las paradojas de estos tiempos.

En un lugar de cuyo nombre no puedo acordarme, se realizó la siguiente entrevista que grafica la importancia que tienen los burros en las labores agrícolas. Por cierto, no estamos hablando de un profesor de enseñanza media.

Juan Don Burro es un auténtico agricultor. Tiene 71 años y nació en la comunidad de Burradas pero a los 35 años se afincó en Las Torres del Burro. Toda su vida la ha dedicado a trabajar con burros, pues normalmente ha tenido muchos ejemplares. Ahora tiene dos y uno que viene de camino.

- Se debe sentir usted un hombre afortunado al criar un animal en peligro de extinción, pero ¿por qué ha llegado el burro a este extremo?

- Mire, yo toda mi vida me he dedicado a estar con burros. Por tanto, para mí no hay diferencia entre hace años y ahora aunque la verdad que últimamente hay menos y esto es así porque no son muy rentables. La verdad es que es una buena bestia, pero hay que ser muy hábil para educarla, además ahora prácticamente no hay casi trabajos que puedan realizarse con este animal que no hagan los humanos y por eso creo que está en extinción.

- ¿Qué comen?

- Cualquier cosa que les des. Todo lo que le das se lo comen sin reclamar.

- ¿Porque son burros?

- No. Porque normalmente todo se le da revuelto con paja, pura paja y al echárselo de esta manera no se molesta y lo encuentra buenísimo. Hay que saber tratarlos porque si no te comen a pedacitos.

- ¿Acaso muerden?

- El burro muerde, y si lo dejas, más que ningún otro animal; es peor que el caballo, es muy traicionero.

- ¿No será porque dicen que actúa como el hombre?

- Posiblemente, aunque si le soy sincero, creo que los burros son de mejor estirpe que los hombres. La verdad es que hay más burros de dos patas que de cuatro...

- Tengo entendido que los cuidadores de los animales hablan con ellos ¿lo hace usted?

- Sí, por supuesto. Me paso el día hablando con ellos. Yo les digo 'vete para allá', y se van para allá; 'ven para acá' y se vienen. Me obedecen muy bien, entre nosotros no hay problemas de comunicación.

- Perdone que le confiese mi torpeza pero nunca me he aclarado bien con los cruces de animales y máxime si intervienen los burros…

-Pues la cosa está clarísima: el burro se cruza con la yegua y la burra con el caballo y dice el refrán que 'si sale mula roma no sale casi ninguna buena, y si es mulo macho no sale casi ninguno malo'.

- ¿Es muy larga la esperanza de vida de estos animales?

- Pueden durarte muy bien treinta años y entre los dos y los tres años ya empiezan a ser rentables. Es un animal de carga aunque si quieres puedes labrar con ellos pero para estas faenas son mejores las burras. Para labrar al burro tienes que colocarle una collera y para la carga el aparejo.

- ¿Aguantan mucha carga?

- Son los animales que más aguantan y más resistencia tienen, por eso hay que ponerlos de guía.

- ¿Qué son los burros de guía?

-Es el burro que va delante de las varas cuando preparas el carro; siempre debes colocar al burro en la parte delantera y dos o tres mulas en rastras. Si el burro va delante y es bueno no se rinde nunca, no decae; cuando llega a una cuesta junta aún más las patas y la carreta nunca se te irá para atrás. Si dejas a las mulas solas o, no podrás hacer un viaje largo con mucha carga o puede que se te vaya el carro el pedregal.

Entonces, dadas nuestras ventajas competitivas para producir burros, ¿por qué no exportarlos?. Con este mecanismo, se reduciría la cantidad de burros disponibles en Chile, la cantidad de profesores de estos burros y aumentaría el ingreso de divisas...


TE PROHIBO QUE USES EL VELO....

En España, hay un interesante debate sobre el uso público del velo que las mujeres usan por motivos religiosos. Los grandes partidos políticos catalanes han lanzado iniciativas para prohibir el uso de este velo, pañuelo o burka en los edificios públicos, ampliando la restricción incluso a transitar por calles y avenidas.

Algunas mujeres plantean que "si me prohíben que salga a la calle con el niqab me obligarán a encerrarme en casa. No saldré sin él…¿Qué democracia reconoce que puedo vivir acorde a mi religión pero quiere impedirme vestir como quiero? Es mi libertad, mi niqab no molesta a nadie…Si una ley lo prohíbe, la cumpliré sin estar de acuerdo"…

La cuestión es: ¿pueden las autoridades prohibir a las personas el uso de un accesorio personal?, ¿por qué algunos políticos con “buenas intenciones” no aprenden que existen espacios de decisión absolutamente personales y que debieran ser inviolables?, ¿en el futuro prohibirán el uso de camisas manga larga en el verano?...

El prohibicionismo es una práctica demasiado frecuente en países que no respetan a los individuos y que con frecuencia están a la izquierda del espectro político, pero también están a la derecha. En otras palabras, los extremos se tocan.

La libertad significa que la persona tiene el derecho de tomar las decisiones que le competen si eso no afecta a nadie, asumiendo las consecuencias de sus actos.

¿Afecta un velo a una persona distinta a la que lo usa?

sábado, 5 de junio de 2010

El Genio de la Libertad y el León: la Plaza Italia de Santiago de Chile


Desde hace 100 años hay un punto de referencia en la ciudad de Santiago del cual todos hablan pero del que se sabe muy poco...Y hemos decidido comenzar estas disertaciones liberales por este icono dado que representa los principios que los liberales valoramos.

¿En qué creen los liberales?

El principio central que nos dirige es la libertad individual responsable. Este concepto, la libertad, puede ser definido como la manera en que los seres humanos se relacionan unos con otros, permitiendo que una persona pueda tomar, por sí mismo y sin tutelajes, la mayor parte de las decisiones que afectan su vida dentro de un cierto ámbito. Por ejemplo, en que creer y en que no creer, en que empresa trabajar, en que colegio desea que sus hijos estudien, la profesión con la que se ganará la vida, los amigos que tendrá, etc.

Sin embargo, se debe estar atento a las pretensiones de algunos “iluminados de buenas intenciones” que desean imponer a todos sus particulares letanías, gratas a los oídos de las masas y grandes mayorías acostumbradas a la pasividad y tedio. Al contrario, los liberales deseamos ver ampliados los espacios de decisión individuales porque no nos creemos especialmente dotados para decidir que es mejor y que es peor.

Por cierto, la libertad individual descansa en la responsabilidad individual. Los liberales exigimos nuestros derechos, pero no rehuimos nuestros deberes y responsabilidades de los resultados de nuestras acciones.

Una sociedad es libre cuando un gran porcentaje de sus miembros es capaz de asumir los resultados de sus acciones sin culpar a nadie de los resultados que obtiene. Lo contrario de una sociedad libre es una sociedad marcada por el asistencialismo y paternalismo, en la cual "alguien" (casi siempre, el Estado) es el responsable de que esté de rodillas. ¿Quién debe solucionar mis problemas?…¡pues el Estado!...¡o cualquier otro!...

Para que un pueblo alcance la libertad y haga un uso adecuado de ella, debe estar atento a la superación de ciertos obstáculos como la ignorancia, el miedo, la ira, la violencia y las perturbaciones mentales. Y cada persona debe hacerse responsable de sí mismo y de su entorno cercano…Así, los pueblos son lo que son porque permiten que algunas personas “con muy buenas intenciones” estructuren un entramado cultural que da como resultado una sociedad ignorante, llena de miedos, violenta y perturbada, que no es capaz de levantar la mirada de su propio ombligo para caminar hacia el destino que nuestros hijos claman.

Pero, esto es tema de otra disertación. Ahora, volvamos a nuestro icono.

¿Ha oído hablar de la Plaza Italia?

En el caso particular de la Plaza Italia, en la mente de los habitantes de la ciudad de Santiago, el tiempo pareciera haberse detenido en la segunda década del siglo pasado porque muchos continúan refiriéndose a este hito geográfico con un nombre que evoca un tiempo de cambios y transformaciones que se han instalado en el subsconciente colectivo y han prefijado el futuro. Un extraterrestre que llegara hoy no dejaría de asombrarse con lo paradójico que un lugar llamado Plaza Baquedano sea conocido por todos como Plaza Italia…¿Cómo pudo haber pasado algo así?. Veamos la historia de este sitio y de esta plaza.

En los comienzos…

"Los Tajamares del Mapocho fueron muros de contención de ladrillo y piedra, que se levantaron entre los siglos XVII y XIX, con el objetivo de evitar las inundaciones a las que la ciudad de Santiago, desde su fundación y durante gran parte del periodo colonial, estuvo expuesta amenazando al sector central de la ciudad. Las aguas se desparramaban por la Cañada, ingresando a las casas y hasta al mismo templo de San Francisco. Para protegerse, los primeros vecinos y sus autoridades, construyeron parapetos defensivos de piedra y madera, que no sirvieron de mucho.

Los tajamares que dominarían de una vez por todas al río Mapocho, fueron obra conjunta del Gobernador don Ambrosio O`Higgins y de don Manuel de Salas designado superintendente de la construcción, quienes encargaron su diseño al ingeniero Leandro Baradán quien, luego de un detenido estudio del terreno, trazó el plano general de la obra que, en la orilla sur, comenzaría en la casa del conde de Villa Alegre, actual calle Condell, prolongándose al poniente hasta más abajo del Puente de Calicanto.

Los trabajos se iniciaron en 1792 gracias al empeño de don Ambrosio O´Higgins y a la actividad de don Manuel de Salas. Otros profesionales que participaron en la construcción, fueron los ingenieros Pedro Rico y Agustín Caballero. Toesca estuvo a cargo de la construcción hasta su muerte el año 1799, tras lo cual se hizo cargo de las obras Agustín Caballero, reemplazado en 1803 por Ignacio Santa María. Los Tajamares del Mapocho, terminados en 1808, tenían un largo de 33 cuadras constituyendo una obra de gran magnitud para la época.

Estos muros, obra de Toesca, protegieron a la capital de las inundaciones durante poco más de un siglo sirviendo, además, de paseo a los santiaguinos. Sin embargo, la canalización del río Mapocho entre 1888 y 1889, hizo que perdiera su vigencia, siendo destruidos en su parte superior o derribados para construir la nueva canalización. Otra parte de ellos quedó sepultada, a comienzos del siglo pasado, por la construcción del Parque Forestal.

A fines del siglo XIX, Santiago comenzó a experimentar una verdadera explosión urbana, y la ciudad ya no podía respirar dentro de unos límites que venían impuestos desde el tiempo de la Colonia. Así, la destrucción de los tajamares, consolidó a la Alameda como lugar de paseo y avenida, trasladando el interés de los ciudadanos y autoridades hacia nuevos espacios. Además, desde Europa se imponían nuevas modas arquitectónicas que marcaban el sentido en que se debía girar. Por lo tanto, el desarrollo de la ciudad en dirección al este era una necesidad creciente y el cambio empezó a acelerarse.

Plaza La Serena, 1875

Así, en 1872, la designación de Benjamín Vicuña Mackenna como Intendente trasladó al primer plano la preocupación urbana de la capital y una búsqueda permanente de una mejor calidad de vida. Este ilustre vecino concibió, entre muchos otros proyectos, la construcción de un “Camino de Cintura” (actual Avenida Vicuña Mackenna) y la creación de la Plaza La Serena.

La construcción del ‘Camino de Cintura' para rodear Santiago por sus cuatro costados, tenía por objetivo principal el transformar los límites recientes de la ciudad en polos de atracción para sus habitantes. Usando estrategias similares a las utilizadas en la moderna Paris, Vicuña Mackenna logró materializar su “camino”, excepto por el norte, donde el abigarrado desarrollo alcanzado por la Chimba, desde tiempos coloniales, hacía imposible un trazado claro; cuestión que se agravaba por el alto precio de los terrenos próximos al río, ya todos urbanizados.

El segundo proyecto del intendente fue el aprovechamiento del pedregal cruzado por canales que, por 300 años, existía en el límite oriente de la ciudad, para transformarlo en la Plaza La Serena, y en un vértice por excelencia de la vida capitalina. La idea consistía en aprovechar sitios eriazos, la mayoría basurales, para convertirlos en áreas verdes. Así, la ciudad adquirió el pedregal y construyó la Plaza La Serena, en 1875, a la entrada del camino de Cintura por las Cajitas de Agua (válvulas distribuidoras del agua que bebía la población de la capital).

Hacia fines del siglo la plaza se ensanchó a costa de los extensos terrenos liberados por la canalización del Mapocho, y por ella comenzaron a transitar desde 1883 los tranvías de sangre hacia el oriente, constituyéndose en una verdadera puerta desde la ciudad hacia un sector que hasta entonces había tenido un lento crecimiento.

Desde la construcción de la Plaza La Serena y del Camino de Cintura, los campos al oriente de Santiago comenzaron a ser urbanizados, siguiendo paralelamente dos tendencias: la de loteos a lo largo de las grandes avenidas norte-sur, como Pedro de Valdivia, Gran Avenida de Ñuñoa (Macul) y el Camino de Cintura (Vicuña Mackenna), con elegantes quintas y palacetes más bien orientados al descanso que a vivir permanentemente, y la de las 'poblaciones' o agrupaciones de viviendas destinadas a una clase media en proceso de consolidación.

Así, el verdadero pivote de ambos Santiago pasó a ser la antigua plaza La Serena.

Plaza Colón, 1892

A partir de 1892, año del tercer Centenario del Descubrimiento de América, la plaza La Serena cambió su nombre por Plaza Colón, desde cuyo costado partía, desde 1889, el ferrocarril a vapor hacia Puente Alto.

Alcanzó tanta importancia éste ferrocarril, que para albergarlo se le encargó una hermosa estación al célebre arquitecto francés Emile Jecquier (1905), levantada exactamente en el lugar en que comenzaba la Avenida de las Quintas, hoy Avenida Bustamante. Desde la plaza Colón arrancaba también, hacia el poniente, el Nuevo Parque Forestal, construido sobre los terrenos ganados al río.

Plaza Italia, 1910

En 1910, la Plaza Colón cambiaría su nombre por el de Plaza Italia, por el monumento que con ocasión del Centenario donó la colonia italiana, que tiene una base de mármol de Carrara.

De acuerdo a testimonios de la época, la Plaza era "uno de los sitios públicos más hermosos... y acaso el único que corresponde a las previsiones de su futuro..... La vida santiaguina se mueve hoy en dos direcciones: el comercio hacia la Alameda por el poniente; y las residencias hacia el oriente, desde la Plaza Italia para arriba, donde la gente busca amplitud, aire, ventilación, árboles y jardines".

Plazas Baquedano e Italia, 1928

Hacia fines de los años 20, la Plaza alcanzó su nombre y fisonomía actual con el proyecto de transformación de Alberto Véliz y Carlos Swinburn, inaugurado en septiembre de 1928, en homenaje al general Manuel Baquedano, vencedor de la Guerra del Pacífico, cuya estatua ecuestre se instaló en el centro de la rotonda, aunque muchos seguirán llamándola, aún hasta hoy, Plaza Italia.

El ascenso presidencial de Carlos Ibáñez del Campo en 1927 coincidió con el inicio de una intervención urbana sistemática que modificó la realidad santiaguina en una dimensión tal que, ya es posible hablar de una verdadera transformación.

Cautivada por el deseo de concretar grandes realizaciones y amparada en una coyuntural bonanza de las arcas fiscales, Santiago conoció, desde la intendencia- alcaldía de Manuel Salas Rodríguez (1927-1928) y hasta comienzos de la década del 40, el inicio y desarrollo de un conjunto de proyectos de adelanto que desbordaron la propia Comuna de Santiago, afectando también los asentamientos inmediatamente colindantes.

Aunque las iniciativas edilicias se dispersaron en diferentes ámbitos, tuvieron un lugar de privilegio -por su magnitud y su costo- la pavimentación de avenidas, calles y aceras; la rectificación y el ensanchamiento de importantes arterias, tanto en la zona céntrica como en el límite comunal; la extensión del alumbrado; la canalización del río Mapocho hacia el poniente del puente Pío IX; la mejora y formación de una serie de parques y plazas de juegos infantiles; la remodelación de la Plaza Italia y del costado oriente del cerro Santa Lucía; y la construcción del Barrio Cívico.

En 1927, se remodela el sector, instalando la estatua del General Manuel Baquedano al medio y denominándose desde entonces Plaza Baquedano. En el monumento aparece montado en su famoso caballo “Diamante” que corona un pedestal de piedra verde diseñado por el arquitecto García Postigo, autor de la Biblioteca Nacional. Completan la composición dos figuras menores, “libertad” y “soldado” y dos bajorelieves laterales de Virginia Arias que representan escenas de las batallas de Chorrillos y Miraflores.

¿Qué sucedió con la Plaza Italia?. La figura donada por la colonia italiana mantuvo su misma posición: enfrente de la Estación Pirque, actual Avenida Bustamante. Es decir, la remodelación produce dos plazas en vez de una.

Finalmente, remodelaciones sucesivas trasladaron la Plaza Italia desde su posición original, frente a Avenida Bustamante, hacia el costado poniente de la Plaza Baquedano a la entrada del puente Pío Nono.

Importancia social de las Plazas Baquedano e Italia

Se han transformado en la sede de las manifestaciones sociales masivas, y en un símbolo entre el Santiago del primer mundo y el Santiago del tercer mundo. Además, es un hito geográfico y el punto central de numeración en Santiago. La forma en sí de la plaza tiende a converger con un óvalo, por donde pasa la Avenida Providencia; en su extremo sur finaliza la Avenida Vicuña Mackenna, por su lado oeste está la prolongación natural de la Avenida Providencia y principal arteria de la capital: la Alameda del Libertador Bernardo O'Higgins y por el norte se encuentra un acceso subterráneo a la autopista Costanera Norte. También se tiene acceso al Metro de Santiago a través de la Estación Baquedano, esta estación es un punto de intercambio crucial entre las líneas, y es una de las más grandes de la red.

Con frecuencia se utilizan las expresiones "de Plaza Italia para arriba" o "de Plaza Italia para abajo" para caracterizar la división de Santiago entre ricos y pobres: hacia el este (hacia la Cordillera de los Andes o hacia arriba) se encuentran las comunas más pudientes (Providencia, Ñuñoa, La Reina, Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea), mientras que hacia el poniente están localizados los municipios de menores ingresos.

Probablemente, los santiaguinos continuarán usando la expresión “Plaza Italia” y “Plaza Baquedano” para referirse al mismo lugar geográfico, pero preferirán la primera de ellas como un icono de representación social....

Sin embargo, ¿qué representa el monumento de la Plaza Italia?

El genio de la libertad y el León, la Plaza Italia

El monumento donado por la colonia italiana consta de dos figuras: un hombre joven alado con una antorcha en la mano derecha y que con la izquierda rodea el lomo de un majestuoso león. Representan al Genio de la Libertad y a la Majestad de la República. Regalo regio para celebrar los primeros 100 años de independencia del poder español.

La figura del hombre joven es el Genio de la Libertad. Un genio es una deidad tutelar que suele ser representada como un ser alado; el nuestro, además, sostiene en alto una antorcha encendida que es un típico emblema de iluminación espiritual y conocimiento. Representa algo así como “La Libertad iluminando a Chile". Con la mano izquierda, el Genio guía a un león.

El león es un emblema de majestad y fuerza que representa al pueblo chileno que se deja conducir por el genio de la libertad, con particular obediencia, dulzura pero simbolizando la poderosa voluntad representada por la fuerza superior de la ley.

Este es el regalo que nos hizo la colonia italiana para el primer bicentenario, ¿estamos hoy a la altura de su representación o le estamos dando la espalda?

Cada candidato político que pretende ser elegido no tarda en prometer que Chile será un país desarrollado más temprano que tarde. Pero, mientras no despertemos al Genio de la Libertad seguiremos siendo un León sin guía ni metas que seguir.


Nelson Rojas Ruiz & Raúl Mendieta Concha

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